Alexander McQueen fue un diseñador extremadamente dramático, onírico, exageradamente barroco y oscuramente hermoso. Su mágica locura le llevó a diseñar propuestas tan dramáticas que parecían salir del gótico, no obstante su poesía era excepcional, sublime e insuperable. Alexander fue siempre fiel a su ideal y nunca traicionó su arte con la obligación comercial.
Lo que define a McQueen es la innovación, la locura, la teatralidad, la transgresión y la Fantasía; sus creaciones a veces imposibles de usar, eran perfectamente confeccionadas, y parecían más hechas para el mundo del teatro y el cine de ciencia ficción o fantástico. Toda esa cosmología era consecuencia de su brillante y atormentada mente ligada a sus estudios en Central St Martin School of London, su experiencia como costurero y sastre en Sabile Row Street y su experiencia en Givenchy.
McQueen supo crear sin restricciones un mundo transgresor y divino donde el tiempo no existía, mezcló,conjugó, fusionó estilos hasta ahora opuestos y que parecían irreconocibles. En sus colecciones se funden lo sacro, las formas medievales y renacentistas con la poética del siglo XXI y todo su mundo tecnológico.
Su obra artística nos trasmite la desesperada búsqueda del hombre que se inquieta por la incertidumbre del futuro, de lo incierto del cosmos y que busca su refugio en las definiciones más oscuras del pasado sin olvidar su camino o sus pasos en la transposmodernidad. Sus creaciones además de definir toda su frenético y atormentado mundo interior era técnicamente perfecta, Alexander McQueen manejaba a la perfección los patrones estructurados arquitectónicamente, reinventando la silueta, haciendo realidad sus modelos y llevando su mundo de fantasía a la artesanía.