Os voy a llevar a un viaje que nunca creísteis que fuera posible»… La voz de Alexander McQueen nos habla desde la ultratumba mientras penetramos en su mundo oscuro y brillante, onírico y brutal, sublime y salvaje.
«Ningún otro diseñador ha sido capaz de llevar hasta ese límite el mundo de la moda», expesó con contundencia la comisaria de moda Claire Wilcox. «Nadie como él ha sabido abrazar la danza y del cine, la música y el arte, y exprimir por encima de todo la naturaleza, en sus múltiples y complejas manifestaciones».
Hoy vamos a ver la colección debut de Alta Costura de McQueen para la Maison Givenchy, presentada el 19 de enero de 1997 en París.
La temporada de primavera de 1997 marcó un punto de inflexión para la alta costura. Dos años después de que John Galliano sucediera a Hubert de Givenchy, fue fichado en la Maison Christian Dior (reemplazando a Gianfranco Ferré), su puesto en Givenchy lo ocupó Alexander McQueen. Los nombramientos de estos británicos renegados a la cabeza de las casas francesas marcaron un choque: la vieja guardia contra la vanguardia; agentes provocadores frente a las eminencias grises. Además supuso un choque cultural. Tanto Galliano como McQueen eran orgullosamente clase trabajadora.
El “shock” era una táctica que McQueen ya había empleado en sus propios espectáculos y no tuvo problema en trasladarla a Givenchy.
Su colección debut se ejecutó en oro y blanco, una paleta tomada de una etiqueta de Givenchy, y presentaba una sastrería estricta para mujeres fatales, así como corsetería para mujeres deslumbrantes. Muchas piezas tenían tacones dorados con un toque militarista o zarista, y había una blusa sucia que podría (o no) haber sido un guiño a la primera prenda Estrella de Givenchy, la blusa Bettina. Reminiscencias mitológicas invadieron de forma mágica la pasarela.
La elegancia simple de un vestido tipo «Maria Callas» o una capa con volantes con una madonna renacentista y un niño en la parte posterior se vio socavada por accesorios como cuernos de oveja (al menos un par provenía del rebaño de Isabella Blow) y anillos en la nariz con forma de ganado. Desde luego no recordó a Audrey en “Desayuno con diamantes “ pero resultó una mezcla espectacular de vanguardia y elegancia.