Isadora Duncan fue mucho más que una musa. Esta bailarina norteamericana (San Francisco, 1877-1927) inventó para muchos la danza moderna fijándose en la Antigua Grecia. Este actualizar el mundo clásico era algo que compartía con otro grande de la época, Mariano Fortuny, que buscó inspiración en su danza en varias ocasiones. El Delfos sería el vestido ideal de Duncan pues en su idea están las dos máximas de Isadora Duncan: inspiración clásica y liberación del cuerpo.
Isadora Duncan no se ceñía a los estereotipos de la época, más allá de la danza. En su modo de vestir estaba su personalidad y su filosofía: dijo no al corsé y a la moda victoriana dominante. Para esto impone túnicas vaporosas, los largos chales de seda envueltos en el cuello o atados al pecho, las vinchas, las sandalias, el peinado recogido con raya al medio, sombreros simples de paja y el uso de faldas cortas, adelantándose 20 años a la moda de los “años locos”.
Se sintió mucho más cómoda en París, donde diseñadores como Paul Poiret o Madeleine Vionnet desafiaban las normas de lo establecido.
Su personalidad y su manera de vestirse inspiró algunos de los diseños de Vionnet. Y es cierto, pues la consistencia etérea de los vestidos de la diseñadora francesa encajaban perfectamente en la bailarina. Si su personalidad y su forma de bailar, fluida y natural, debieran traducirse en moda, lo harían en forma de siluetas relajadas, tejidos sutiles, inspiración antigua, sensualidad y el toque justo de orientalismo.
De personalidad extravagante y arisca, tuvo un final trágico: Isadora murió viajando en un automóvil descapotable, su largo chal se envolvió en una rueda trasera, ahorcándola instantáneamente.
El legado que Isadora nos dejo es haber sido la primera mujer moderna de la historia en actitud, libertad de elección y modas.








